En estos últimos años y más recientemente los últimos dos meses (temporada de huracanes en el Golfo de México) da la impresión de que el clima del planeta se ha vuelto loco (¿o somos nosotros los que lo hemos enloquecido?). Por supuesto, hay desastres en los que la mano del hombre tiene poco que ver (ej.: el ya olvidado Tsunami asiático, el terremoto de Afganistán, etc). Pero la mayoría de estos fenómenos son síntoma evidente del cambio climático que está sufriendo nuestro planeta. La lista de desastres naturales ocasionados por el calentamiento global (clarísimo resultado de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera) es infinita: inundaciones en Centroeuropa, huracanes en el Golfo de México (Emily, Katrina, Rita, Wilma, ...), tornados en el Mediterráneo, ... Por no hablar de la sequía en prácticamente todo el sur de Europa, interrumpida solo por potentes precipitaciones capaces de inundar zonas donde llevaba meses sin llover.
Sorprendentemente, la clase política parece decidida a no hacer otra cosa que sacar el paraguas cuando llueve. Para colmo de males, en las noticias se les sigue el juego y nadie menciona el hecho de que tales desastres han sido causados única y exclusivamente por nosotros. Cada vez que hay un desasatre, solo se emplea una palabra: "reconstruir". Palabra harto hipócrita pues rara vez la comunidad internacional aporta ni la mitad del dinero necesario para reconstruir ninguna zona afectada por desastres naturales (salvo por supuesto, cuando hay dinero de por medio. Como en Cancún, donde he oído que se tardarán "meses" en la reconstrucción. En lugar de los acostumbrados "años").
Creo que los síntomas de un problema medioambiental a gran escala son evidentes. Y si no ponemos los medios para remediarlo ahora, nos convertiremos en los peores antepasados de la historia. Seremos aquellos que destruyeron el planeta y crearon hijos para que vivieran en él.
Citando a Waller Hunter, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático:
Sorprendentemente, la clase política parece decidida a no hacer otra cosa que sacar el paraguas cuando llueve. Para colmo de males, en las noticias se les sigue el juego y nadie menciona el hecho de que tales desastres han sido causados única y exclusivamente por nosotros. Cada vez que hay un desasatre, solo se emplea una palabra: "reconstruir". Palabra harto hipócrita pues rara vez la comunidad internacional aporta ni la mitad del dinero necesario para reconstruir ninguna zona afectada por desastres naturales (salvo por supuesto, cuando hay dinero de por medio. Como en Cancún, donde he oído que se tardarán "meses" en la reconstrucción. En lugar de los acostumbrados "años").
Creo que los síntomas de un problema medioambiental a gran escala son evidentes. Y si no ponemos los medios para remediarlo ahora, nos convertiremos en los peores antepasados de la historia. Seremos aquellos que destruyeron el planeta y crearon hijos para que vivieran en él.
Citando a Waller Hunter, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático:
"Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, las investigaciones científicas sugieren que las emisiones humanas de dióxido de carbono y otros gases invernadero elevarán las temperaturas medias mundiales entre 1,4 y 5,8 grados centígrados al cabo del siglo"
Estos y otros muchos datos son aquellos sobre los que se debería discutir, en lugar de acerca de cuanto dinero se dona a tal o cual huracán. Sin embargo, la única medida que se ha tomado para intentar solucionar este problema es el Protocolo de Kyoto, con las grandes ausencias de U.S.A. y Australia, dos de los máximos responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera del resto del planeta (¿por qué no se considera un acto ofensivo el hecho de que nos ensucien el aire que respiramos otros países?). Este protocolo tiene como meta el alcanzar en 2012, una tasa de emisiones un 5% inferior a los emitidos en 1990 (me río de estas metas).
A quien le interese el tema, le recomiendo el libro "Señales de lluvia" de Kim Stanley Robinson. Se trata de una dura crítica a la clase política narrada en un tono sumamente realista y con abundantes datos científicos que nos hacen reflexionar sobre el mundo que estamos creando.
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